jueves, 22 de enero de 2009


Noche en el hospital


En el hospital las noches son frías, interminables, las sombras se esconden detrás de los arboles que son agradables a los pacientes que salen a caminar en horas de la mañana después de intervenciones quirúrgicas y para una pronta recuperación. Por las noches el aire golpea fuertemente las ventanas gruesas de vidrio, y los sonidos de los fantasmas buenos y malos se escuchan en los pasillos interminables. Al caer la noche las enfermeras y los parientes o amigos de los pacientes observan los alrededores de aquel hospital, la soledad y el silencio los rodea como después de un toque de queda o cuando las catástrofes envuelven a toda una ciudad, igual a las películas de ciencia ficción. Salí por un momento de la habitación para poder contestar una llamada. Conversé durante siete minutos con mi amigo Merlo, y luego nos despedimos. El viento de la noche entraba por uno de los pasillos más largos de aquel hospital, yo sentía el frío en mi rostro. La noche envolvía mi cuerpo junto a la oscuridad donde los grillos salen a cantar, los murciélagos vuelan entre los arboles de almendro, las cucarachas buscan las sobras de comida en los basureros y las hormigas trabajadoras con disciplina hacen presa a otros insectos. Durante esos siete minutos la urgencia de acompañar a mi madre en la habitación pasó a un pequeño momento de diversión con mi amigo, de esa manera podía lograr alargar las siguientes horas de desvelo que vendrían. Era una clara noche de luna, nos despedimos con mi amigo para luego él dormirse como una criatura. Al terminar con la llamada, alguien se quejaba y sentí miedo. Ese quejido provenía desde el fondo del pasillo que era alumbrado por la luna llena. Me quedé sentada esperando escuchar un poquito más. Di un salto súbito al ver a la religiosa Inés salir por aquel pasillo corriendo, ella al verme me sonrió y me regaló un saludo de “buena noche” su voz fue clara, casi un susurro al tocar mis oídos, casi inaudible. Me tranquilicé porque seguramente se trataba de un paciente enfermo que se quejaba por su dolor. Seguí sentada en aquella banca de madera, testigo de horas de espera de muchas personas, donde el calor humano y el frío de los muertos la han tocado. Tenía sueño, sentí mis piernas pesadas, cerré por un momento mis ojos para poder meditar. Recordé todos mis pasos de ese día y lo que debía hacer para cumplir con mis responsabilidades del siguiente día. Mientras hacía eso, nuevamente escuché el quejido del paciente, aunque en esa segunda ocasión lo tomé con más naturalidad, no hubo miedo. Al abrir mis ojos porque ya mi cuerpo se comenzaba acomodar sobre la banca de madera. Vi a un hombre bajito, de pie al comienzo del pasillo. Me observaba. Sentía un pesado saco con arena sobre mis ojos que impedía ver bien aquella sombra pequeña, era hombre ya que su silueta era de alguien grueso, con sus brazos cortos separados ligeramente del tronco de su cuerpo. Yo respiraba bocanadas de aire frío, vi salir humo de mi boca, sentí mucho frío y me volví inmóvil. Nuevamente miedo. Intenté mover mis ojos pero no lo logré. La imagen que se escondía entre las sombras de aquel pasillo, permaneció inmóvil escondiendo su rostro. Miedo, mucho miedo me cubrió de pies a cabeza, un miedo que penetró hasta mi alma frágil por aquella experiencia sobre natural. Al día siguiente desperté sobre el sofá cama y recordé mi sueño. Mi Mamá dormía, se veía serena a pesar de que en pocas horas sería intervenida en un quirófano, se trataba de la vesícula. En horas de la tarde, todos estaríamos tranquilos y contentos por el éxito de la operación y la recuperación de ella. Dejé la huella de mis labios sobre la mejilla de quien me trajo al mundo. Salí de la habitación y nuevamente “el pasillo”. Ahora lucía diferente, se veía claro al ser acariciado por las primeras horas de la mañana, bajé las gradas despacio y me dije – ¡todo fue un mal sueño, sonriendo al mismo tiempo con mi pensamiento! Al colocar mi pie sobre la última grada de cerámica, pude ver a una familia rodeando un féretro vacío con rostros tristes, una señora quien entendí se trataba de la viuda. La familia bajita esperaba a Don Agustino quien murió la noche anterior de un ataque cardíaco.


Nilsa Flores.


NOTA:

En la entrada principal del hospital un marco blanco con una fotografía que dice:

Te recordaremos siempre dulce Inés. Tantos años de vida religiosa junto a nosotros, que extrañaremos tu voz clara y suave. (Fecha 30 de enero de 1995)